Al contrario que todos los políticos de la isla, yo no fui amigo de César Manrique. La inmensa mayoría de ellos tampoco lo fueron, pero les viste decirlo. Sí lo conocí, claro. Y hablé con él varias veces, por supuesto, e igual resulta que mi nivel de relación con Manrique era bastante superior a muchos de los amigos que le salieron después de muerto. Con estas cosas ya se sabe. No sabría precisar con exactitud en qué momento conocí a César, pero fue al poco de llegar a la isla. Me impactó su tremenda fuerza vital, su apasionamiento ante absolutamente todo. Cierto día, Manrique empezó a hablarme de las maravillas tecnológicas que se hallan en la naturaleza, frente a nuestros ojos, sin que el común de los mortales acertemos a verlas. Yo, más que escuchar, quedé atrapado por aquel alegato que me ha acompañado desde entonces y ya para el resto de mi vida. César hizo que me fijara minuciosamente….en una mosca. En una simple, y casi siempre molestosa mosca. Que observara de forma detallada su diseño, me dijo. Y me recalcó lo absolutamente extraordinario de la Naturaleza, capaz de crear seres tecnológicamente tan perfectos como una simple mosca. Desde entonces miro la vida de otra manera. Me fijo más en los animales, en las plantas, en la forma de las piedras….Nada es casualidad y todo encaja. Lo que nos rodea es tan superlativo, tan maravillosamente perfecto, que nosotros, los seres humanos, no podemos más que estropearlo. Aún sin querer. Y sin embargo, Manrique jugaba con la naturaleza hasta convertirla en arte. La mejor manera de respetarla. De César podría contar mil batallitas, como cuando se encaramó a una excavadora para tratar de salvar Los Pocillos, o de un sábado casi entero de conversación en su Taro con el Carrascal “de las corbatas” o de los mil broncazos que largaba a los que ya él adivinaba incapaces políticos que se avecinaban. Pero nada de lo que diga, ni de su persona ni de su obra, podrá hacer sombra a aquella generosa lección recibida acerca de lo verdaderamente importante de la vida, que no es otra cosa que vivir.
Jaime Puig.
Les petits aviateurs qui rêvent. RMT.